¡Socorro! Que nos vamos a Segunda

Es necesario desinsectar el fútbol. Desde su nacimiento, imitando a las garrapatas que esperan en los caminos para saltar sobre el inocente animal que camina hacia sus pastos, unas cucarachas se adhirieron al deporte y desde entonces deambulan por el campo, con camisetas azabache a veces, rosa salmón o amarillo canario otras pero, siempre, con negro corazón.

Insectos muy obedientes, suelen equivocarse de acuerdo a sus preferencias personales o a órdenes superiores. En Madrid y Barcelona, alternativamente, sufren furibundas crisis contra ellos según los errores favorezcan a uno u otro equipo. Tienen poder, y en la trastienda mueven sus hilos para presionar y obtener beneficios en el campo. Ahora le toca al Barça disfrutar de sus favores. Más que un club, una cueva de Alí Babá, traicionó hace unos años a los demás equipos de fútbol, cambiando su voto a última hora para permitir a Villar quedarse en su poltrona de presidente de la FEF. Y todavía está recibiendo los réditos. Incluso en Europa tiene sus influencias, entre los corruptos dirigentes de la UEFA, aunque lo disfracen de patrocinio a UNICEF. Son ciclos en los que alternativamente Madrid y Barça se llevan los favores arbitrales.

¿Pero que pasa con el resto de equipos? Sufren cada fin de semana las decisiones de unas cucarachas prepotentes, vanidosas y vengativas. Todos los años llega el final de la Liga y se repite la misma historia. El futuro de muchos clubs se decide ahora y eso les otorga a las cockroaches in black un gran protagonismo. Todos los días algún periodista amaestrado emite razonamientos simples pero incorrectos del tipo: “si están ahora ahí es porque se lo merecen”, “porque hasta ahora no se han esforzado”, “si no fallaran ese gol, ahora no se lamentarían” etc., etc. Pero no se trata de si juegas bien o mal, si ganas o pierdes, si marcas o no. Debería ser el único factor que decidiera la clasificación de un equipo. Pero no lo es.

Las cucarachas deciden con sus errores muchos resultados, y eso adultera la competición. Muchos de esos fallos son inevitables, la biología tiene unos límites, incluso para seres tan resistentes, y hay ciertas situaciones que resulta imposible apreciarlas en directo. La solución estaría en la tecnología, palabra tabú para la FIFA, UEFA, FEF y demás parásitos porque aceptar la entrada de la tecnología en el fútbol supondría automáticamente la pérdida de poder, que reside en su capacidad de orientar los errores arbitrales.

Ya reconocí que las cucarachas se pueden equivocar involuntariamente, pero cuando en un mismo partido no pitan un penalti con expulsión del portero de un equipo, y pitan contra el otro equipo dos penaltis, el primero por una mano inexistente (el balón le da en la ¡espalda!) y el segundo en el último minuto del descuento, cuando en todos los partidos que llegan a ese minuto con el resultado ajustado hay agarrones y empujones que, o son muy evidentes o no se pitan (y en este caso evidente no fue porque solo lo vio el artrópodo asistente en la banda), lo razonable es pensar que las cucarachas tienen alguna intención en sus decisiones.

Pero qué le vamos a hacer. No se puede esperar mucho, ya que tampoco al Barça o al Madrid (o al Manchester, Bayern, Inter, Milan…) les interesa la tecnología, ya que también perderían esa “natural tendencia” de las cucarachas a favorecerlos, y el Depor tendrá que seguir luchando para no bajar a segunda, no por los jugadores, sino por todos los que, esclavos de nuestro cerebro más primitivo, sufrimos con el equipo que nos identifica en un grupo, grupo al que pertenecían mi abuelo y mi padre, grupo en el que yo me siento incluido.

Los pobres artrópodos, para llegar a arbitrar en primera, tuvieron que empezar en pequeños campos de pueblo. Llevan años recibiendo semanalmente su dosis de insultos, bonitos recuerdos a su familia, escupitajos, alguna que otra patada… ellos piensan que ese escarnio constante les va endureciendo y haciendo callo, pero, lo deseen o no, la biología ha desarrollado mecanismos de defensa y, poco a poco, los va convirtiendo en masoquistas. Cuando llegan a primera les pone a cien cada insulto o agresión. Disfrutan con ello.

Por eso me gustaría proponer que a partir de ahora, a ese “enamorado de” pero “inútil para” el fútbol que de niño se apunta al arbitraje para poder estar cerca del deporte que le apasiona, se le equipe adecuadamente a su condición masoca, de forma que cada domingo, cuando salte al campo a impartir justicia, lo haga con un ajustado traje de cuero negro, unas cuantas cadenas, sustituido el silbato por un látigo y una máscara negra para preservar su anonimato, que también tiene sus derechos, coño, aunque se llame Estrada Fernández.