jueves, 20 de agosto de 2015

3 6 5 DOSCIENTOS TREINTA Y DOS

Siempre me gustó recorrer los mismos caminos que mis antepasados, me ayuda a ser consciente de lo que ellos vivieron y de quién soy yo. 

Hoy por la mañana nos fuimos andando Conchi y yo desde Beade hasta Ribadavia. Fuimos por el camino que ya recorría mi abuela a principios del siglo XX, pasamos incluso por la pequeña carballeira en la que ella se paró un día que le habían encargado ir a por un cento de pasteles á vila y, en el regreso, se sentó a la sombra de un roble dando buena cuenta de ocho de esos dulces, colocando el resto para que no se notase su ausencia, pensando que nadie se iba a enterar. Pero claro, no fue consciente de que las madres siempre acaban sabiéndolo todo, sobre todo porque cuando llegó la hora del postre, mi abuela, una verdadera larpeira, rehusó tomar pasteles quedando en evidencia ante mi bisabuela, que, con el cabreo, pretendía darle un cachete, pero su padre, mi bisabuelo, le dijo: non lle pegues a nena por comer. Y así fue.

En esta ocasión además la vuelta la hicimos por la senda abierta a la orilla del Avia. Cuando era niño recuerdo que apenas había fauna en sus alrededores; ahora es una zona de pesca sin muerte y el río está lleno de vida y en los pocos kilómetros de la senda hasta llegar a Beade pude ver unas cuantas anátidas (un montón de patos, vamos) y varias garzas. 

Ser capaz de retratar el vuelo de una de ellas con la compacta, teniendo en cuenta el retardo que tienen estas desde que aprietas el disparador, me dejó especialmente contento. 


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