Un pueblo asturiano que vale la pena visitar, y no lo digo porque mi suegro haya nacido allí, que también, sino porque es un pueblo singular.
En el casco urbano, solo tiene dos calles por donde circular en coche, el resto son callejuelas con miles de escaleras. Así que hay que estar en forma para poder subir a los miradores, con unas vistas generales del pueblo y su puerto muy bonitas.
Pero esa no es la única particularidad. Por ejemplo, tiene una jerga propia: el pixueto. La etimología de muchas de esas palabras es vikinga (El pixueto desciende el vikingo), dicho dato apoya la tesis del origen vikingo de la villa, con la cual coincido plenamente, pues explicaría ciertos rasgos del carácter de mi mujer ;-)
El puerto actual tiene un acceso más cómodo que el del propio pueblo, y dispone de un amplio aparcamiento. El que vaya a visitarlo, que no caiga en la tentación de aparcar en las plazas que están más cerca del pueblo, pues están reservadas para los lugareños. Dicho así parece una perogrullada, pero si llegas de noche, el letrero que lo indica no se ve, y al día siguiente te encontrarás con una bonita multa en el parabrisas :O
Cada vez que voy me gusta subir a los miradores, me gusta subir y bajar entre las casas. Es una forma de abrir el apetito. Eso sí, a la hora de comer, un consejo: fijaos en la foto inferior. Hay un regla no escrita pero perfectamente observable: el precio del menú crece de forma exponencial, conforme uno se acerca a las mesas que hay bajo las sombrillas en la Plaza de la Marina. Vale la pena andar unos pasos más, y en la callejuelas tras los primeros edificios se puede comer muy bien a mejores precios.
Callejear sin rumbo no tiene problema, porque al final siempre encuentras por donde bajar hasta la plaza central.
Hay más de un mirador, y varios paseos por los alrededores que valen mucho la pena. Me encantan las puestas de sol que hay en el muelle antiguo y también el paseo hasta el faro.
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